lunes, 26 de enero de 2009

Pero, ¿por qué lo hacen? Encuentros cercanos entre el Poder y cualquier tip@

El jueves 22 de enero, aproximadamente a las 22:30, colocamos un babero a la estatua de Fco de Orellana. El babero tenía escrita la frase “Fco. De Orellana. Violador de indígenas”. La estatua se encuentra localizada en el sector de la Plaza Colón, cerca del Cerro Santa Ana, en el centro de la plaza, si queremos ser más específicos.

El detalle del babero es irrelevante, incluso el contenido, pero existen otros motivos que valen la pena destacar.

Al estar ubicada en el centro de una plaza de un sector regenerado podríamos calificar a esta estatua como un objetivo de alto riesgo. Nuestra primera impresión fue la misma, pero al realizar una simple vigilia al lugar nos percatamos que la acción de vigilancia esta más encaminada a que los farreros del lugar no se vayan sin pagar su cuota de parqueo en la vía pública o, también, en vigilar los excesos corporales de los turistas internos (los ciudadanos).

El domingo a las 16h30 fue retirado el babero, es decir después de casi tres días, porque alguien le informó a un jefe y para variar, cree que lo que retiró era una camisa de fuerza…

¿Acaso es fácil intervenir? No lo creemos, ni tampoco es lo primordial. Lo interesante de este preludio es constatar que la tan temida autoridad municipal, no se encuentra ahí para la salvaguarda del concreto tan amado, sino más bien, para lamparear que aquel concreto y su contexto cuenta con una serie de protecciones que lo llevarán hasta la posteridad y con esto, brindar a ciertas clases sociales de un suspiro relajante antes de retirarse a dormir.

La norma ante el cuerpo y sus excesos (prohibiciones para besarse, sentarse de cierto modo, andar en chanclas, etc.) es completamente deducible, pero ese cuerpo externo puede crear descontrol. Esto nos remite a la propuesta realizada por CAJA4, quienes llamaron a una guerra de almohadas en la Plaza San Francisco en el centro de Guayaquil.

Esta acción tan simple creó en la autoridad un dilema existencial. La autoridad anonadada, no dejaba de preguntarse/nos “¿por qué?, pero, ¿por qué lo hacen?” (Claro, ahora sí tiene coherencia lo de la camisa de fuerza, porque estos comportamientos solo pueden ser etiquetados como locura, pero el loco es aquel en el que reside una luz).

En el caso de ese flashmob, los pacos no podían ejercer, ni tomar ninguna postura, porque en el manual de entrenamiento básico para guardias privados, dictado en los parqueaderos del Malecón 2000 en horas de la madrugada*, no consta que el enemigo realice acciones más allá de la simple lógica del disturbio. Ellos saben cómo actuar ante: manifestaciones estudiantiles, ejércitos de hippies, miembros de la UNE, parejas lascivas de la ESPOL, ancianos del IESS, socialistas del siglo XXI, pero no ante un grupo de jóvenes con almohadas.
Este cortocircuito evidencia la ignorancia en la noción de seguridad y derechos de ciudadanía en este gobierno seccional. El control metropolitano en killcity, se da en una especie de transacción, especialmente con la clase media. Esta relación de dependencia perversa, ha generado un imaginario de homogeneidad; es como si los habitantes decidieron comportarse como los monitos. Nadie ve, nadie dice, nadie oye, nadie sabe, nadie nadie. Y los y las nadie van caminando sin rumbo, ya no como monitos, sino como las ratas de un cuento; dispuestas a caer sobre el río, para morir, arrastradas por la marea en un lugar que habita el olvido.
* (Cupo máximo 70 personas armadas. Mayor información preguntar a miembros retirados del ejército que reclutan al selecto personal)

viernes, 23 de enero de 2009

Preludio Sudaka


ACTO I

Alabaré, alabaré, alabaré, alabaré, alabaré a mi Señor (bis)
Y a los chanchitos y a los ex presidentes con ojo de vidrio,
Y a Jasú que baila tan bonito
Porque alguien ya dio el número de los redimidos y todos alababan al Señor y a su séquito.


Nuestras calles son como cualquier calle en cualquier lugar del mundo, pero este mundo circunstancial nos indigna.

Es vital recuperar la noción de ciudad, para esto, es necesario replantear los gestos. Proponemos el hurto como vía de análisis, robar lo que sirve para legitimar estructuras. Porque nuestro robo no implica la acción per se, es un acto más cruel, es un robo de significados. La violencia no entiende la narrativa de lo cotidiano, solo piensa en un bloque de progreso, se ampara en la asepsia de un futuro. Intervenir el signo crea un acontecimiento: ante esto, la violencia muere.

Mediante una intervención urbana de desobediencia civil, se generan acciones subversivas contra los objetos auráticos. Es por esto que decidimos despojar, mediante la ludicidad, del sentido solemne que habita en los escenarios del Poder en Guayaquil. Cometemos un acto mayor al parricidio, cometemos un acto de travestismo al Poder: No mataremos al Padre, lo travestiremos.
Somos PataCaliente, un colectivo que surge de la indignación. Nuestro quehacer es el análisis de la comunicación y su rol en la ciudad. No entendemos a la comunicación como un lugar tradicional que solo ampara a los medios, sino más bien, la abarcamos desde el cuerpo, las intervenciones, la desobediencia, como forma de comunicación del malestar postmoderno. Nos hacemos y deshacemos: lo efímero de nuestra práctica cultural, evidencia una forma de trabajo continuo; esta paradoja, define la forma en la que haremos comunicación.

No queremos morir, pero a cada paso nos topamos con muertos. Algunos yacen en los escritorios. Otros en sindicatos. Otros en universidades. La palabra es acción, el acto es más que resistencia, es una postura capaz de anular el discurso imperante de estos tiempos. Hay una guerra constante que se libra en la mente de los sujetos: el objetivo es la anestesia.

PataCaliente propone una documentación de este sentir. No planteamos un entrar agresivo, sino un filtrarse. Somos una grieta que recorre la ciudad, dejamos nuestras casas para urbanear por la bahía, y comprar películas piratas con el afán de autopiratearnos. Somos como la maldita circunstancia del agua, y de los lechuguines. Somos y estamos indignados, por eso apalabramos lo sabroso de la ría y decimos Adonde voy no llego, adonde estoy resbalo no es porque sea bueno tampoco soy tan malo.
Como personajes que creen ser lobos y merodean por el salado: nosotros reptamos. Vamos escribiendo sobre una ciudad, que no quiere decirse.
PATACALIENTE